jueves, 23 de diciembre de 2010

A la señorta McArty, llegado el invierno, siempre le gustaba recordar la misma historia de la joven esquiadora Carlota Wiggings, así que yo, sólo me limitaba a escuchar y disfrutar:

En "Luz - Ardiden",  todos temíamos ante el riesgo de una avalancha, así que nos refugiamos en las casas y tabernas más alejadas, al calor de una taza de puro chocolate suizo. De repente, un sonoro estruendo y todos pudimos ver el espectáculo que produce la nieve arrollando todo a su paso. Sin embargo, una mujer con voz temblorosa y ayudada de unos prismáticos, aseguró que alguien estaba esquiando. Asustados por aquella temeridad, nos asomamos a los ventanales para contemplar cómo un joven estaba  por delante de la nieve descendiendo a una velocidad superior a la que ninguno habíamos, ni siquiera, imaginado.

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Finalmente y no sin sobresaltos, nuestro héroe llegó -casi parecía que volando-, hasta nuestra situación y cuál fue nuestra sorpresa cuando, tras quitarse las gafas, descubrimos que no era él, sino ella, nuestra esquiadora enmascarada. La joven Carlota Wiggings, con su gorrito de pompones y su sonrisa burlona, había desafiado a la montaña y salido sana y salva de su atrevimiento.


    Aún hoy, decía Clair McArty, me parece verla bajarse de sus tablas como si fuera como tú: una princesa. De hielo, pero princesa al fin y al cabo

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